lunes, 15 de septiembre de 2008

Capítulo -5-

(Para la publicación del capítulo 6, se necesita un mínimo de 16 comentarios sobre este capítulo)
Cada día estoy más convencido acerca de una teoría elaborada en mis primeras incursiones en el arte de la investigación durante las tardes de refugio en la librería. Cuando necesitaba encontrar datos específicos sobre una determinada época de España o rey en particular me pasaba horas hurgando en colosales enciclopedias, sin resultado. Al cabo de semanas, aparecían artículos o encontraba la información que tanto había buscado. Mi teoría, entonces, se basa en que los acontecimientos, sucesos o situaciones de nuestro existir son presentados ante nosotros en el preciso momento en el que estamos capacitados para recibir esa información o comprender algún evento. Como si el universo colaborara a nuestro favor.
El sábado siete de marzo de mil novecientos noventa y ocho repasaba mentalmente la lista de tareas pendientes, mientras viajaba en automóvil hacia la oficina. Cuando llegué, puse al tanto de los avances y novedades a mi jefe. Don Joaquín, después de dos años de trabajo en conjunto ya no era aquella persona parca y recia que me había entrevistado el primer día laboral. Ahora, se mostraba entusiasmado y maravillado por la investigación.
Después de nuestra charla acomodé y ordené sobre mi escritorio los papeles que habían quedado de la noche anterior. Me preparé el primer café del día. Así se iniciaba el lento recorrido de lectura del correo electrónico. El noventa por ciento era basura. La mayor parte del diez por ciento restante se dividía entre Marta, mi contacto con el IARC en México, que me enviaba sus reportes y mi amiga Eugenia, con sus textos sobre angelología y direcciones en Internet relacionados con duendes y hadas.
Eugenia Rames, divertida y despistada como pocas, cursaba la carrera de Marketing de Empresas Turísticas en la Universidad de Cádiz. Nos habíamos conocido en el centro de cómputos de la universidad cuando yo relevaba información para el archivo de la biblioteca. Ella me pidió que le localizara un libro de economía y otro sobre hadas y duendes. Me reí a carcajadas. A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo en aquellas charlas bibliotecarias en las que Eugenia se empeñaba en modificar mi desconfianza esotérica.
Decidí cambiar la lectura de un informe sobre angelología que me había enviado Eugenia por un apasionante texto de William Scott, enviado de la BBC a las Islas Turcas y Caicos. Describía el hallazgo de un buque hundido en el arrecife de coral en las islas: el "Trouvadore", un barco de esclavos con rumbo a Cuba, hundido a mediados del siglo XVII.
Patrick Weiss, uno de los arqueólogos estadounidenses de la expedición, explicaba que los trozos de madera encontrados tenían la antigüedad necesaria como para haber sido parte de ese barco.
"Esto no es sólo un barco hundido", decía en el artículo. "Representa un momento crucial en la historia de estas islas". Mientras leía la frase, recordaba las palabras finales de Diego Grisal en su primera inmersión de nuestra expedición:
"Esconden leyenda"
El sonido del teléfono me hizo saltar del asiento y salir del mágico relato. Sentí el mismo arrebato que cuando desciendo en los sueños por un camino escaleras abajo y al poner el pie en el siguiente escalón me doy cuenta, tardíamente, que mi paso desemboca en un abismo. Según Eugenia esa sensación significaría el retorno abrupto del alma al cuerpo después de un viaje astral. Sus explicaciones sobre este tipo de fenómenos se incrementaban con fervor y entusiasmo arrollador. Pero siempre se veían interrumpidas por un gesto que yo no podía disimular. Una sonrisa transformada al instante en carcajada terminaba con nuestras charlas esotéricas y Eugenia ya sabía que era el momento de cambiar de tema.
Del otro lado del teléfono, la voz inquieta y animada de Diego Grisal anunciaba una noticia que cambiaría el rumbo de nuestra investigación y que, sin saberlo en ese momento, marcaría también mi destino.
— Santiago, acabo de recibir una noticia muy importante. –decía Diego apresurado.
— ¿Qué pasó? –pregunté.
— Esta semana uno de los buzos se ausentó por problemas personales y está en las Islas Canarias desde el lunes. Hace una hora me llamó.
— ¿Y?
— Tiene en su poder un trozo de madera que unos pescadores encontraron en sus redes. Cree que es antiguo porque se disgregó fácilmente.
— Diego, las Islas Canarias fueron durante algún tiempo escala de las flotas y también sabemos que existen barcos hundidos en esa zona. ¿Cuál es la importancia?
— Santiago –explicó con calma el buzo y capitán de la "Merceditas–. La posición en donde fue encontrado este trozo de madera, está alejado a más de treinta millas de todos los registros de naufragio. Creo que deberíamos hacer una visita.
Caí pesadamente sobre el asiento. Quedé unos segundos en trance analizando las últimas palabras de Diego. Un escalofrío me recorrió la espalda. Inmediatamente se apoderó de mí la sensación de estar en presencia de algo nuevo. Agregar páginas frescas a la historia. Páginas perdidas en el tiempo.
Diego –ordené en forma terminante–, alista la embarcación y convoca a todos para zarpar el lunes. Yo me encargo de avisarle al grupo del IARC que preparen el laboratorio móvil para ese día.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Capítulo -4-

(Para la publicación del capítulo 5, se necesita un mínimo de 8 comentarios sobre este capítulo)
En la embarcación todos tenían sus tareas asignadas y cumplían las rutinas de trabajo con absoluta puntualidad y rigurosidad.
Yo era un simple observador, un invitado de lujo, como un espectador que asiste al avant premier de una película, con esa sensación de ansiedad y deleite que produce cosquilleo en el estómago. Me identifiqué con Diego, nuestro capitán. Reconocí en su rostro la expresión de las personas que trabajan en lo que aman. Me sentía igual que él. La única diferencia era el lugar de trabajo. Yo tenía que embarcarme en otro barco, en mi escritorio. Debía sumergirme e investigar en los océanos de las enciclopedias, libros antiguos y expedientes. Bucear en las profundidades de los textos para encontrar el misterio que encierran las palabras y poder así descifrar y determinar el nombre del pecio de nuestra expedición. Decidí que era hora de navegar directo hacia mi puerto de operaciones: la oficina en tierra.
En el transcurso del primer año los resultados aparecieron. Se recuperaron gran cantidad de objetos: medallas religiosas, vasijas, mangos de cuchillo, platos, botellas, algunos crucifijos, municiones de mosquete y trozos de madera. Mencionar la palabra oro o plata era como hablar de fantasmas porque de aquellos metales preciosos no había rastro alguno.
Registramos todo con diversa tecnología, desde fotografía y video subacuático hasta dibujo mediante tablillas de acrílico con papel plastificado.
La manipulación de estos objetos, que permanecieron sumergidos durante siglos, requiere de procedimientos y técnicas especiales. Para ello contábamos con la participación de profesionales mexicanas del Instituto Arqueológico de Restauración y Conservación (IARC), mediante un convenio de colaboración mutua entre México y España. Ellos diseñaron un laboratorio móvil provisto de las sustancias químicas y las herramientas necesarias para aplicar los primeros tratamientos, ya sea dentro del agua o a bordo de la embarcación. Desde su creación en el año 1980, el IARC ha realizado diversos proyectos de investigación en aguas marinas y continentales entrenando arqueólogos, conservadores y restauradores. Además ha llevado a cabo acciones concretas para detener el saqueo y, sobre todo, para reforzar la conciencia acerca del inmenso valor del patrimonio cultural sumergido que posee México. Desde el año 1994 existe un grupo de personas del IARC que trabajan y colaboran en el Proyecto de Investigación de la Flota de la Nueva España de 1630-31, considerado como uno de los más sobresalientes de América Latina. En aguas de las costas mexicanas reposan una considerable cantidad de embarcaciones sumergidas debido a la escala que realizaban las flotas españolas en la denominada “Carrera de las Indias” principalmente en la ciudad de Veracruz, donde se realiza el mencionado proyecto.
La estrecha colaboración con el IARC durante este período fue determinante para catalogar los objetos que se incorporaron a nuestro museo, que crecía a ritmo acelerado y constante. El personal del grupo de trabajo del IARC, radicado temporalmente en Cádiz, llevaba en la sangre el instinto por la investigación. Igual que yo. Conversando con ellos, en las extensas sesiones de trabajo, notaba como se les iluminaba el rostro cuando hablábamos del tema. Decían que recuperar estos elementos significaba recuperar la historia, reflotar momentos perdidos en el tiempo y que, darlos a conocer a la humanidad, era fundamental. Mi contacto con el IARC en México era la arqueóloga Marta Méndez encargada de la Subdirección de Arqueología Subacuática y con quien mediante correo electrónico nos manteníamos permanentemente actualizados sobre las últimas novedades y avances en ambos países.