Cada día estoy más convencido acerca de una teoría elaborada en mis primeras incursiones en el arte de la investigación durante las tardes de refugio en la librería. Cuando necesitaba encontrar datos específicos sobre una determinada época de España o rey en particular me pasaba horas hurgando en colosales enciclopedias, sin resultado. Al cabo de semanas, aparecían artículos o encontraba la información que tanto había buscado. Mi teoría, entonces, se basa en que los acontecimientos, sucesos o situaciones de nuestro existir son presentados ante nosotros en el preciso momento en el que estamos capacitados para recibir esa información o comprender algún evento. Como si el universo colaborara a nuestro favor.
El sábado siete de marzo de mil novecientos noventa y ocho repasaba mentalmente la lista de tareas pendientes, mientras viajaba en automóvil hacia la oficina. Cuando llegué, puse al tanto de los avances y novedades a mi jefe. Don Joaquín, después de dos años de trabajo en conjunto ya no era aquella persona parca y recia que me había entrevistado el primer día laboral. Ahora, se mostraba entusiasmado y maravillado por la investigación.
Después de nuestra charla acomodé y ordené sobre mi escritorio los papeles que habían quedado de la noche anterior. Me preparé el primer café del día. Así se iniciaba el lento recorrido de lectura del correo electrónico. El noventa por ciento era basura. La mayor parte del diez por ciento restante se dividía entre Marta, mi contacto con el IARC en México, que me enviaba sus reportes y mi amiga Eugenia, con sus textos sobre angelología y direcciones en Internet relacionados con duendes y hadas.
Eugenia Rames, divertida y despistada como pocas, cursaba la carrera de Marketing de Empresas Turísticas en la Universidad de Cádiz. Nos habíamos conocido en el centro de cómputos de la universidad cuando yo relevaba información para el archivo de la biblioteca. Ella me pidió que le localizara un libro de economía y otro sobre hadas y duendes. Me reí a carcajadas. A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo en aquellas charlas bibliotecarias en las que Eugenia se empeñaba en modificar mi desconfianza esotérica.
Decidí cambiar la lectura de un informe sobre angelología que me había enviado Eugenia por un apasionante texto de William Scott, enviado de la BBC a las Islas Turcas y Caicos. Describía el hallazgo de un buque hundido en el arrecife de coral en las islas: el "Trouvadore", un barco de esclavos con rumbo a Cuba, hundido a mediados del siglo XVII.
Patrick Weiss, uno de los arqueólogos estadounidenses de la expedición, explicaba que los trozos de madera encontrados tenían la antigüedad necesaria como para haber sido parte de ese barco.
"Esto no es sólo un barco hundido", decía en el artículo. "Representa un momento crucial en la historia de estas islas". Mientras leía la frase, recordaba las palabras finales de Diego Grisal en su primera inmersión de nuestra expedición:
"Esconden leyenda"
El sonido del teléfono me hizo saltar del asiento y salir del mágico relato. Sentí el mismo arrebato que cuando desciendo en los sueños por un camino escaleras abajo y al poner el pie en el siguiente escalón me doy cuenta, tardíamente, que mi paso desemboca en un abismo. Según Eugenia esa sensación significaría el retorno abrupto del alma al cuerpo después de un viaje astral. Sus explicaciones sobre este tipo de fenómenos se incrementaban con fervor y entusiasmo arrollador. Pero siempre se veían interrumpidas por un gesto que yo no podía disimular. Una sonrisa transformada al instante en carcajada terminaba con nuestras charlas esotéricas y Eugenia ya sabía que era el momento de cambiar de tema.
Del otro lado del teléfono, la voz inquieta y animada de Diego Grisal anunciaba una noticia que cambiaría el rumbo de nuestra investigación y que, sin saberlo en ese momento, marcaría también mi destino.
— Santiago, acabo de recibir una noticia muy importante. –decía Diego apresurado.
— ¿Qué pasó? –pregunté.
— Esta semana uno de los buzos se ausentó por problemas personales y está en las Islas Canarias desde el lunes. Hace una hora me llamó.
— ¿Y?
— Tiene en su poder un trozo de madera que unos pescadores encontraron en sus redes. Cree que es antiguo porque se disgregó fácilmente.
— Diego, las Islas Canarias fueron durante algún tiempo escala de las flotas y también sabemos que existen barcos hundidos en esa zona. ¿Cuál es la importancia?
— Santiago –explicó con calma el buzo y capitán de la "Merceditas–. La posición en donde fue encontrado este trozo de madera, está alejado a más de treinta millas de todos los registros de naufragio. Creo que deberíamos hacer una visita.
Caí pesadamente sobre el asiento. Quedé unos segundos en trance analizando las últimas palabras de Diego. Un escalofrío me recorrió la espalda. Inmediatamente se apoderó de mí la sensación de estar en presencia de algo nuevo. Agregar páginas frescas a la historia. Páginas perdidas en el tiempo.
Diego –ordené en forma terminante–, alista la embarcación y convoca a todos para zarpar el lunes. Yo me encargo de avisarle al grupo del IARC que preparen el laboratorio móvil para ese día.
El sábado siete de marzo de mil novecientos noventa y ocho repasaba mentalmente la lista de tareas pendientes, mientras viajaba en automóvil hacia la oficina. Cuando llegué, puse al tanto de los avances y novedades a mi jefe. Don Joaquín, después de dos años de trabajo en conjunto ya no era aquella persona parca y recia que me había entrevistado el primer día laboral. Ahora, se mostraba entusiasmado y maravillado por la investigación.
Después de nuestra charla acomodé y ordené sobre mi escritorio los papeles que habían quedado de la noche anterior. Me preparé el primer café del día. Así se iniciaba el lento recorrido de lectura del correo electrónico. El noventa por ciento era basura. La mayor parte del diez por ciento restante se dividía entre Marta, mi contacto con el IARC en México, que me enviaba sus reportes y mi amiga Eugenia, con sus textos sobre angelología y direcciones en Internet relacionados con duendes y hadas.
Eugenia Rames, divertida y despistada como pocas, cursaba la carrera de Marketing de Empresas Turísticas en la Universidad de Cádiz. Nos habíamos conocido en el centro de cómputos de la universidad cuando yo relevaba información para el archivo de la biblioteca. Ella me pidió que le localizara un libro de economía y otro sobre hadas y duendes. Me reí a carcajadas. A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo en aquellas charlas bibliotecarias en las que Eugenia se empeñaba en modificar mi desconfianza esotérica.
Decidí cambiar la lectura de un informe sobre angelología que me había enviado Eugenia por un apasionante texto de William Scott, enviado de la BBC a las Islas Turcas y Caicos. Describía el hallazgo de un buque hundido en el arrecife de coral en las islas: el "Trouvadore", un barco de esclavos con rumbo a Cuba, hundido a mediados del siglo XVII.
Patrick Weiss, uno de los arqueólogos estadounidenses de la expedición, explicaba que los trozos de madera encontrados tenían la antigüedad necesaria como para haber sido parte de ese barco.
"Esto no es sólo un barco hundido", decía en el artículo. "Representa un momento crucial en la historia de estas islas". Mientras leía la frase, recordaba las palabras finales de Diego Grisal en su primera inmersión de nuestra expedición:
"Esconden leyenda"
El sonido del teléfono me hizo saltar del asiento y salir del mágico relato. Sentí el mismo arrebato que cuando desciendo en los sueños por un camino escaleras abajo y al poner el pie en el siguiente escalón me doy cuenta, tardíamente, que mi paso desemboca en un abismo. Según Eugenia esa sensación significaría el retorno abrupto del alma al cuerpo después de un viaje astral. Sus explicaciones sobre este tipo de fenómenos se incrementaban con fervor y entusiasmo arrollador. Pero siempre se veían interrumpidas por un gesto que yo no podía disimular. Una sonrisa transformada al instante en carcajada terminaba con nuestras charlas esotéricas y Eugenia ya sabía que era el momento de cambiar de tema.
Del otro lado del teléfono, la voz inquieta y animada de Diego Grisal anunciaba una noticia que cambiaría el rumbo de nuestra investigación y que, sin saberlo en ese momento, marcaría también mi destino.
— Santiago, acabo de recibir una noticia muy importante. –decía Diego apresurado.
— ¿Qué pasó? –pregunté.
— Esta semana uno de los buzos se ausentó por problemas personales y está en las Islas Canarias desde el lunes. Hace una hora me llamó.
— ¿Y?
— Tiene en su poder un trozo de madera que unos pescadores encontraron en sus redes. Cree que es antiguo porque se disgregó fácilmente.
— Diego, las Islas Canarias fueron durante algún tiempo escala de las flotas y también sabemos que existen barcos hundidos en esa zona. ¿Cuál es la importancia?
— Santiago –explicó con calma el buzo y capitán de la "Merceditas–. La posición en donde fue encontrado este trozo de madera, está alejado a más de treinta millas de todos los registros de naufragio. Creo que deberíamos hacer una visita.
Caí pesadamente sobre el asiento. Quedé unos segundos en trance analizando las últimas palabras de Diego. Un escalofrío me recorrió la espalda. Inmediatamente se apoderó de mí la sensación de estar en presencia de algo nuevo. Agregar páginas frescas a la historia. Páginas perdidas en el tiempo.
Diego –ordené en forma terminante–, alista la embarcación y convoca a todos para zarpar el lunes. Yo me encargo de avisarle al grupo del IARC que preparen el laboratorio móvil para ese día.