miércoles, 22 de octubre de 2008

Capítulo -6-

(Para la publicación del capítulo 7, se necesita un mínimo de 32 comentarios sobre este capítulo)

Las Islas Canarias están ubicadas frente a la costa norte de África. Son siete islas mayores y otras menores, entre las que figura, la isla La Graciosa: nuestro destino. La abundancia del tráfico marítimo convirtió a esta zona en un auténtico cementerio submarino. El muelle Reina Sofía es uno de los lugares poblados de naufragios submarinos. Una de las embarcaciones más cercana es el carguero “Kalais” ubicado entre veinte y veintidós metros de profundidad.
El viaje hacia las Islas Canarias era la segunda etapa de nuestro proyecto, una vez que termináramos con el de Cádiz pero la noticia de aquella mañana de invierno hizo cambiar los planes y adelantar nuestra partida.
Zarpamos del puerto de Cádiz después de un fin de semana agitado por los preparativos. El atardecer de ese lunes presentaba óptimas condiciones para navegar. El cielo pasaba de un celeste a un azul espléndido a medida que los rayos del sol se perdían en el horizonte. La brisa acompañaba nuestro recorrido en la “Merceditas”. En la isla La Graciosa, nos esperaba para embarcar Pedro Quintana, el buzo que le había avisado a Diego Grisal sobre el hallazgo.
El largo viaje hacia el puerto de la isla La Graciosa demoró más de treinta horas. Arribamos a las tres de la mañana del día miércoles y amarramos allí hasta la llegada de nuestro buzo. Al ver los restos del trozo de madera que traía Pedro, noté que procedía de un buque antiguo. Las pruebas químicas y tratamientos específicos lo determinarían.
A media mañana zarpamos hacia el lugar del hallazgo a unas treinta millas al nordeste del puerto de la isla La Graciosa.
Llegamos en menos de dos horas de viaje. Diego tenía todo planificado. Nos quedaríamos en el sitio dos días. Las primeras tareas consistirían en hacer varios rastrillajes con los equipos electrónicos a bordo de la “Merceditas”. Luego, Diego y sus colaboradores obtendrían todo tipo de fotografías del lugar y filmaciones subacuáticas.
El primer día de trabajo no arrojó resultados positivos. El clima permitió sólo algunos intentos de sondeo. La frustración que nos acompañó esa noche a nuestros camarotes fue sesgada únicamente por la certeza de que el madero pertenecía a estas latitudes. Sólo era cuestión de tiempo.
Cuando finalizaba el segundo día de la expedición observamos en uno de los sondeos del magnetómetro una anomalía. Inmediatamente, el primer pensamiento que nos abordó fue que podría tratarse de un objeto metálico perteneciente al pecio.
El ecosonda reflejaba treinta metros de profundidad. La inmersión de los buzos no se hizo esperar. Debido a lo avanzado de la jornada y a que se aproximaban nubarrones amenazantes, bajaron provistos solamente de cámaras fotográficas.
Los gritos de Diego y los demás buzos cuando emergieron seguramente fueron escuchados desde el puerto de la Isla La Graciosa. La alegría en sus rostros significaba una cosa:
— ¡Santiago! ¡Lo encontramos! ¡Lo encontramos! –exclamaba eufórico Diego.
Fue el primero en subir a la embarcación y no paraba de gritar. Traté de calmarlo como pude, mientras le ayudaba con el equipo de buceo, para que contara detalles de lo que había visto.
Diego se serenó y comenzó su relato.
— Hay piezas desparramadas en un radio de treinta o cuarenta metros a la redonda. Son trozos de madera incrustados en el fondo del mar –comentaba Diego entusiasmado.
— Y sacamos muchas fotografías –agregó Pedro Quintana–. Del fondo surgía un trozo que parecía ser parte de un cañón. Hay que inspeccionar las imágenes con atención.
— Parece que esta noche nadie dormirá –dijo Diego–. Tenemos mucho trabajo para hacer.
Contuve mi alegría, aunque estaba a punto de estallar como un volcán. Quería asegurarme que las imágenes revelaran la presencia del pecio.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Capítulo -5-

(Para la publicación del capítulo 6, se necesita un mínimo de 16 comentarios sobre este capítulo)
Cada día estoy más convencido acerca de una teoría elaborada en mis primeras incursiones en el arte de la investigación durante las tardes de refugio en la librería. Cuando necesitaba encontrar datos específicos sobre una determinada época de España o rey en particular me pasaba horas hurgando en colosales enciclopedias, sin resultado. Al cabo de semanas, aparecían artículos o encontraba la información que tanto había buscado. Mi teoría, entonces, se basa en que los acontecimientos, sucesos o situaciones de nuestro existir son presentados ante nosotros en el preciso momento en el que estamos capacitados para recibir esa información o comprender algún evento. Como si el universo colaborara a nuestro favor.
El sábado siete de marzo de mil novecientos noventa y ocho repasaba mentalmente la lista de tareas pendientes, mientras viajaba en automóvil hacia la oficina. Cuando llegué, puse al tanto de los avances y novedades a mi jefe. Don Joaquín, después de dos años de trabajo en conjunto ya no era aquella persona parca y recia que me había entrevistado el primer día laboral. Ahora, se mostraba entusiasmado y maravillado por la investigación.
Después de nuestra charla acomodé y ordené sobre mi escritorio los papeles que habían quedado de la noche anterior. Me preparé el primer café del día. Así se iniciaba el lento recorrido de lectura del correo electrónico. El noventa por ciento era basura. La mayor parte del diez por ciento restante se dividía entre Marta, mi contacto con el IARC en México, que me enviaba sus reportes y mi amiga Eugenia, con sus textos sobre angelología y direcciones en Internet relacionados con duendes y hadas.
Eugenia Rames, divertida y despistada como pocas, cursaba la carrera de Marketing de Empresas Turísticas en la Universidad de Cádiz. Nos habíamos conocido en el centro de cómputos de la universidad cuando yo relevaba información para el archivo de la biblioteca. Ella me pidió que le localizara un libro de economía y otro sobre hadas y duendes. Me reí a carcajadas. A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo en aquellas charlas bibliotecarias en las que Eugenia se empeñaba en modificar mi desconfianza esotérica.
Decidí cambiar la lectura de un informe sobre angelología que me había enviado Eugenia por un apasionante texto de William Scott, enviado de la BBC a las Islas Turcas y Caicos. Describía el hallazgo de un buque hundido en el arrecife de coral en las islas: el "Trouvadore", un barco de esclavos con rumbo a Cuba, hundido a mediados del siglo XVII.
Patrick Weiss, uno de los arqueólogos estadounidenses de la expedición, explicaba que los trozos de madera encontrados tenían la antigüedad necesaria como para haber sido parte de ese barco.
"Esto no es sólo un barco hundido", decía en el artículo. "Representa un momento crucial en la historia de estas islas". Mientras leía la frase, recordaba las palabras finales de Diego Grisal en su primera inmersión de nuestra expedición:
"Esconden leyenda"
El sonido del teléfono me hizo saltar del asiento y salir del mágico relato. Sentí el mismo arrebato que cuando desciendo en los sueños por un camino escaleras abajo y al poner el pie en el siguiente escalón me doy cuenta, tardíamente, que mi paso desemboca en un abismo. Según Eugenia esa sensación significaría el retorno abrupto del alma al cuerpo después de un viaje astral. Sus explicaciones sobre este tipo de fenómenos se incrementaban con fervor y entusiasmo arrollador. Pero siempre se veían interrumpidas por un gesto que yo no podía disimular. Una sonrisa transformada al instante en carcajada terminaba con nuestras charlas esotéricas y Eugenia ya sabía que era el momento de cambiar de tema.
Del otro lado del teléfono, la voz inquieta y animada de Diego Grisal anunciaba una noticia que cambiaría el rumbo de nuestra investigación y que, sin saberlo en ese momento, marcaría también mi destino.
— Santiago, acabo de recibir una noticia muy importante. –decía Diego apresurado.
— ¿Qué pasó? –pregunté.
— Esta semana uno de los buzos se ausentó por problemas personales y está en las Islas Canarias desde el lunes. Hace una hora me llamó.
— ¿Y?
— Tiene en su poder un trozo de madera que unos pescadores encontraron en sus redes. Cree que es antiguo porque se disgregó fácilmente.
— Diego, las Islas Canarias fueron durante algún tiempo escala de las flotas y también sabemos que existen barcos hundidos en esa zona. ¿Cuál es la importancia?
— Santiago –explicó con calma el buzo y capitán de la "Merceditas–. La posición en donde fue encontrado este trozo de madera, está alejado a más de treinta millas de todos los registros de naufragio. Creo que deberíamos hacer una visita.
Caí pesadamente sobre el asiento. Quedé unos segundos en trance analizando las últimas palabras de Diego. Un escalofrío me recorrió la espalda. Inmediatamente se apoderó de mí la sensación de estar en presencia de algo nuevo. Agregar páginas frescas a la historia. Páginas perdidas en el tiempo.
Diego –ordené en forma terminante–, alista la embarcación y convoca a todos para zarpar el lunes. Yo me encargo de avisarle al grupo del IARC que preparen el laboratorio móvil para ese día.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Capítulo -4-

(Para la publicación del capítulo 5, se necesita un mínimo de 8 comentarios sobre este capítulo)
En la embarcación todos tenían sus tareas asignadas y cumplían las rutinas de trabajo con absoluta puntualidad y rigurosidad.
Yo era un simple observador, un invitado de lujo, como un espectador que asiste al avant premier de una película, con esa sensación de ansiedad y deleite que produce cosquilleo en el estómago. Me identifiqué con Diego, nuestro capitán. Reconocí en su rostro la expresión de las personas que trabajan en lo que aman. Me sentía igual que él. La única diferencia era el lugar de trabajo. Yo tenía que embarcarme en otro barco, en mi escritorio. Debía sumergirme e investigar en los océanos de las enciclopedias, libros antiguos y expedientes. Bucear en las profundidades de los textos para encontrar el misterio que encierran las palabras y poder así descifrar y determinar el nombre del pecio de nuestra expedición. Decidí que era hora de navegar directo hacia mi puerto de operaciones: la oficina en tierra.
En el transcurso del primer año los resultados aparecieron. Se recuperaron gran cantidad de objetos: medallas religiosas, vasijas, mangos de cuchillo, platos, botellas, algunos crucifijos, municiones de mosquete y trozos de madera. Mencionar la palabra oro o plata era como hablar de fantasmas porque de aquellos metales preciosos no había rastro alguno.
Registramos todo con diversa tecnología, desde fotografía y video subacuático hasta dibujo mediante tablillas de acrílico con papel plastificado.
La manipulación de estos objetos, que permanecieron sumergidos durante siglos, requiere de procedimientos y técnicas especiales. Para ello contábamos con la participación de profesionales mexicanas del Instituto Arqueológico de Restauración y Conservación (IARC), mediante un convenio de colaboración mutua entre México y España. Ellos diseñaron un laboratorio móvil provisto de las sustancias químicas y las herramientas necesarias para aplicar los primeros tratamientos, ya sea dentro del agua o a bordo de la embarcación. Desde su creación en el año 1980, el IARC ha realizado diversos proyectos de investigación en aguas marinas y continentales entrenando arqueólogos, conservadores y restauradores. Además ha llevado a cabo acciones concretas para detener el saqueo y, sobre todo, para reforzar la conciencia acerca del inmenso valor del patrimonio cultural sumergido que posee México. Desde el año 1994 existe un grupo de personas del IARC que trabajan y colaboran en el Proyecto de Investigación de la Flota de la Nueva España de 1630-31, considerado como uno de los más sobresalientes de América Latina. En aguas de las costas mexicanas reposan una considerable cantidad de embarcaciones sumergidas debido a la escala que realizaban las flotas españolas en la denominada “Carrera de las Indias” principalmente en la ciudad de Veracruz, donde se realiza el mencionado proyecto.
La estrecha colaboración con el IARC durante este período fue determinante para catalogar los objetos que se incorporaron a nuestro museo, que crecía a ritmo acelerado y constante. El personal del grupo de trabajo del IARC, radicado temporalmente en Cádiz, llevaba en la sangre el instinto por la investigación. Igual que yo. Conversando con ellos, en las extensas sesiones de trabajo, notaba como se les iluminaba el rostro cuando hablábamos del tema. Decían que recuperar estos elementos significaba recuperar la historia, reflotar momentos perdidos en el tiempo y que, darlos a conocer a la humanidad, era fundamental. Mi contacto con el IARC en México era la arqueóloga Marta Méndez encargada de la Subdirección de Arqueología Subacuática y con quien mediante correo electrónico nos manteníamos permanentemente actualizados sobre las últimas novedades y avances en ambos países.

sábado, 30 de agosto de 2008

Capítulo -3-

(Para la publicación del capítulo 4, se necesita un mínimo de 4 comentarios sobre este capítulo)
La investigación se concentró en la bahía de Cádiz donde yacen cientos de barcos hundidos, desde navíos centenarios como carabelas y galeones, hasta buques de la Segunda Guerra Mundial. Todos tuvieron la desgracia de terminar su historia en estas aguas.
Cuando Cristóbal Colón descubrió América, la marina española tuvo un protagonismo indiscutible en la navegación de altura. Estos viajes contribuyeron al descubrimiento, conquista y extracción de todo tipo de riquezas del nuevo continente. La “Carrera de las Indias” generó un impresionante monopolio.
Francis Drake, navegante y explorador inglés, desde muy joven recorrió los mares de las Antillas causando graves dificultades a la población española. Sir Francis Drake, título recibido de manos de la reina Isabel I en una ceremonia que se desarrolló en su nave insignia, el “Golden Hind”, tuvo el privilegio de ser el primer inglés en divisar las aguas del Océano Pacífico.
En el año 1587, la guerra entre España e Inglaterra era inevitable. La reina Isabel I, le encargó una nueva misión: saquear y destruir la flota española en el puerto de Cádiz. Allí incendió la mayor cantidad de buques y se apoderó de los cargamentos procedentes de las Indias. Su operación fue un éxito.
Gran parte de aquellos fabulosos tesoros se los apoderó el corsario inglés Drake.
Luego de los ataques piratas las autoridades o el propio capitán del buque hundido, organizaban operaciones de rescate. Contrataban embarcaciones con personas que se sumergían para rescatar la mayor cantidad posible de las riquezas. Por otro lado, los mismos tripulantes eran, a veces, los que robaban las riquezas del buque antes de que se hundiera. Incluso los lugareños, valiéndose de cualquier medio, en un intento desesperado para adueñarse de metales preciosos, llegaban hasta el naufragio para saquear.
Trascurridos varios meses e incluso años desde que una embarcación se había hundido, podía solicitarse a la Corona un permiso especial para buscar su carga. Así fue cómo surgieron los asentistas. El asiento era un contrato mediante el cual se asignaban funciones públicas a personas privadas ajenas a la Administración Real. El asentista se comprometía a recuperar las riquezas sumergidas a cambio de un porcentaje.
Todos estos datos tiraban por la borda la esperanza de encontrar algún tesoro de importancia.
Pero mi expectativa era otra, reconstruir pequeños pedazos de historia de aquellos galeones sumergidos.
Diego estaba a cargo de las operaciones en su embarcación “Merceditas”. El capitán del barco, Juan Manuel y yo, y un grupo de colaboradores, entre los que se encontraban buzos, un biólogo, un geógrafo y un médico, emprendimos el viaje.
Para localizar objetos arqueológicos debajo del mar, sin tener que bucear en grandes extensiones, usábamos tecnología de avanzada.
Uno de los instrumentos utilizados es el sonar. Con la particularidad de parecerse a un torpedo, este aparato emite y recibe sonido. La señal acústica emitida viaja hacia el lecho marino hasta chocar con el fondo del mar regresando nuevamente hacia el censor. La diferencia resultante entre la señal emitida y la recibida expresa las características físicas del área recorrida.
Para detectar objetos de metal, en nuestro caso anclas o cañones, utilizamos un magnetómetro que capta el campo magnético terrestre rastreado. Pequeñas anomalías en el campo magnético pueden significar objetos con contenidos magnéticos o ferrosos. Para identificar este tipo de alteraciones se realizan diversos “barridos” mediante buceo.
Los instrumentos a bordo estaban bajo la estricta supervisión del capitán Diego Grisal.
El conocimiento del relieve marino se obtiene mediante el uso del ecosonda. Este aparato, al igual que el sonar, emite una señal acústica que rebota en el fondo y regresa nuevamente al instrumento. El tiempo entre el envío y el regreso de la señal se puede traducir en distancia, permitiéndonos obtener la profundidad en la cual navegamos y por consiguiente dibujar una carta batimétrica. La batimetría es lo que en tierra llamamos topografía y nos permite graficar la geografía del fondo marino con sus planicies, valles o abismos submarinos.
Para marcar con precisión los sitios con presencia arqueológica y poder volver al mismo punto en futuras expediciones, nos auxiliamos de un GPS (Global Positioning System). Este instrumento funciona con una antena que recibe la señal de los satélites en órbita. Los satélites transmiten continuamente su situación orbital y la hora exacta. El tiempo transcurrido, medido en nanosegundos, entre la emisión de los satélites y la recepción de la señal por parte del receptor GPS se convierte en distancia mediante una simple fórmula aritmética. Al captar las señales de un mínimo de tres satélites por triangulación, el receptor GPS determina la posición que ocupa sobre la superficie de la tierra mediante el valor de las coordenadas de longitud y latitud. Nuestro geógrafo a bordo, detallista y minucioso, se encargaba de esta tarea.
Diego Grisal, con miles de inmersiones en su haber, me decía que entre las múltiples emociones que reserva cualquier inmersión sin lugar a dudas una de las mayores es la vista de un pecio, como se lo denomina en el mar a todos los barcos que yacen en el fondo.
— La vista de un pecio supone el misterio. Pasar la mano por cualquier parte de un barco hundido produce una sensación escalofriante. Miles de preguntas se ten vienen a la mente –decía Diego.
— ¿Cómo sería el final de sus ocupantes? –pregunté.
— El terror de la tripulación frente a un ataque pirata.
— O el miedo ante un huracán.
— Creo que todas las sensaciones del momento final del barco antes del hundimiento quedan impregnadas en sus restos, dándole vida propia. Una vida mansa y silenciosa oculta en las profundidades. Esconden leyenda –concluyó Diego. Ajustó su equipo de buceo y se zambulló perdiéndose lentamente en el agua ante mi atenta mirada.

jueves, 28 de agosto de 2008

Capítulo -2-

(Para la publicación del capítulo 3, se necesita un mínimo de 2 comentarios sobre este capítulo)
En la recepción de nuestro lugar de trabajo se encontraba el elegante escritorio de la secretaria de Don Joaquín. Un angosto pasillo comunicaba la oficina de mi jefe con el recinto destinado para la investigación. Este salón de cinco metros de ancho por diez de largo, con paredes pintadas de color blanco y cientos de tubos fluorescentes, solamente contaba con una mesa. Divisar mi escritorio en aquel enorme ambiente me recordó a los barcos que se perdían en el horizonte cuando nos sentábamos en el malecón junto a mi padre para verlos zarpar. Esa imagen me produjo una sensación de bienestar, un buen presentimiento.
Miré mi reloj, eran las 21:35. Después de trece horas continuas de trabajo, junté mis cosas y me dirigí hacia mi apartamento. Al llegar, me desplomé sobre la cama y la sentí como arena movediza. Cualquier intento de resistencia a ese lento pero profundo hundimiento sería en vano. Me dejé perder en sus profundidades.
A las cuatro de la mañana me desperté sobresaltado. Tuve un sueño extraño que me dejó con una sensación parecida a cuando soñaba con mi madre. Ella murió cuando yo tenía cuatro años. Un cáncer se la llevó en ocho meses. También se llevó una parte de la vida de mi padre. Desde ese momento se refugió en la librería para buscar consuelo. Este sueño se repitió durante mi adolescencia.
Me encontraba a orillas de un puerto. Todo era soledad. El puerto, sin movimiento; la playa, sin turistas y la avenida costanera, desolada. Todo era soledad y silencio. Una brisa inundaba el paisaje. El sonido de las olas era una música apacible que envolvía mis sentidos. Cerraba los ojos para ser parte de aquel acontecimiento de la naturaleza. Alguien se sentaba a mi lado y me tomaba suavemente de la mano. Al instante reconocía su esencia, esa conexión invisible que produce un vínculo infinito de amor. Al abrir mis ojos para fundirme en un abrazo con mi madre, descubría con desesperación que todo era nuevamente soledad.
Esta vez el sueño no era el mismo. Ahora descendía lentamente en la profundidad de un océano. Sobre la superficie flotaban objetos que no lograba identificar. Divisé uno grande: era un cofre que me acompañaba en ese descenso. Sentí que algo me ligaba a él, una unión indescifrable. La necesidad de inhalar aire me provocó una desesperación angustiante. La oscuridad y el silencio eran absolutos. Mi corazón palpitaba en forma agitada y la presión del agua martillaba mis oídos hasta que no pude resistir más. Abrí la boca instintivamente en busca de un aire que nunca llegó.

Los primeros seis meses de trabajo fueron de un ritmo acelerado. Se produjo un notorio avance en estadísticas. Aquel salón quedó transformado en un bunker de investigación. Joaquín Monsalve no mezquinó gastos en mis peticiones; quizás porque creía que yo lo ayudaría en ese descubrimiento que le taparía la boca con montañas de oro y plata al capitán Juan José García Salazar. Los libros, volúmenes, tomos, fascículos y carpetas de trabajo para la investigación invadieron velozmente las bibliotecas y mesas.
Se agregaron dos escritorios más. Uno para mi amigo Juan Manuel Ruiz, Licenciado en Geografía e Historia, de la Universidad de Cádiz. Lo conocía desde mi época de asistente en el centro de cómputos de la institución. Con él compartía extensas charlas de café sobre historia antigua, tema que despertaba una profunda fascinación en ambos. Como lo suponía, no dudó en embarcarse en esta aventura cuando le propuse integrarse al equipo de trabajo.
El otro escritorio fue ocupado por Diego Grisal, buzo profesional, experto en fotografía submarina y conocedor del golfo de Cádiz como pocos.

Al inicio del segundo semestre de trabajo, contábamos con un valioso archivo estadístico. Mapas y cartas náuticas decoraban la única pared que no había sido invadida por los muebles y estanterías abarrotados de papeles. Las banderitas numeradas en las cartografías ubicaban los naufragios registrados por nuestra investigación y mediante un sistema informático se generó una base de datos con toda la documentación existente sobre cada caso. Se agregaron además, los barcos que habían sido asaltados por piratas y corsarios y las embarcaciones que cumplieron su ciclo de viajes por averías irreparables. Todas las evidencias fueron corroboradas con los datos históricos.
El interés del Director crecía a medida que pasaban los meses. Su plazo había quedado en el olvido. Propuso que se ocupara uno de los galpones en desuso para archivar en forma prolija y ordenada las pertenencias y objetos de las embarcaciones. Se iniciaba otro tipo de búsqueda: la operativa. La investigación se desarrollaría in situ. La participación de nuestro buzo, Diego Grisal, empezaba a ser crucial y determinante.

martes, 26 de agosto de 2008

Capítulo -1-

(Para la publicación del capítulo 2, se necesita un mínimo de 1 comentario sobre este capítulo)
El encantamiento que me producen las embarcaciones nace en mi infancia. Cuando yo tenía cinco años los domingos paseábamos con mi padre por el malecón. Nos sentábamos a orillas del puerto de Cádiz durante las primeras horas de la mañana y admirábamos el alistamiento de los barcos para su zarpada. Me fascinaba ver cómo esas enormes moles de acero enfilaban mar adentro hasta que las perdíamos de vista y sólo divisábamos un efímero punto en la línea del horizonte.
Mi padre me acompañaba en mi ensueño. Me leía muchos libros sobre la historia de España que traía de la librería de la que era propietario. Obsesionado por estos temas, él tenía una colección muy importante.
A medida que crecía, en igual ritmo aumentaba mi interés por la investigación.
Recuerdo claramente que mientras transitaba la adolescencia, me instalaba horas y horas en la librería junto a mi padre y me sumergía en libros sobre historia de la armada española, sus carabelas y galeones.
Con el tiempo me convertí en experto sobre la historia naval española. En el año 1990 ingresé a la Universidad de Cádiz. En esa época se había creado un centro de cómputos para informatizar la biblioteca y brindar un mejor servicio a los estudiantes y a la comunidad. Durante seis años trabajé y estudié en la universidad. Mi interés por la investigación me hizo resistir el agotamiento de jornadas que a veces parecían interminables. Finalmente obtuve los títulos de Licenciado en Ciencias Antropológicas y en Bibliotecología y Ciencia de la Información.
A principios del año 1996, me presenté a concurso para ocupar el puesto de Gerente del Departamento de Arqueología Submarina de la Dirección de Estadística y Censo Naval de la Armada Española, que depende del Ministerio de Defensa.
El cargo fue a raíz del revuelo generado por una nota publicada en un diario de Ibiza. El capitán Juan José García Salazar, presidente de la Asociación de Restitución Histórica de Galeones Españoles, en esa entrevista acusó a la administración pública de inoperancia en la recuperación del patrimonio sumergido en las profundidades.
En ese artículo, el capitán Juan José García Salazar, expresaba:
“... el censo de los hundimientos que la Asociación tiene contabilizado asciende a más de setecientos, desde el siglo XVI hasta el XVIII, con cargamentos de oro, plata, perlas y esmeralda que superan miles de millones de pesetas. Esto provocó la aparición de numerosos caza-tesoros, buceadores piratas que han malvendido los objetos encontrados. España debe tener un museo de Galeones con sus historias y pertenencias y realizar un verdadero trabajo arqueológico.”
El artículo del capitán se publicó al día siguiente de que España quedara conmocionada por la noticia procedente desde los Estados Unidos en la que el famoso cazador de tesoros, Jack Steeman, sacó doscientos setenta millones de libras en gemas y metales preciosos pertenecientes al Galeón Español “Nuestra Señora de Atocha” hundido en el año 1622 por un huracán. Para empeorar las cosas, luego de varios meses y de una larga batalla legal con el Estado de Florida, Jack Steeman retuvo la totalidad de su hallazgo.
El capitán concluyó su artículo con una misiva rotunda hacia el gobierno “... Existe demasiado por investigar y descubrir, pero es evidente que la labor de España en este tema es nula y que, además de no ocuparnos de nuestras propias aguas jurisdiccionales, brindamos irresponsablemente información a extranjeros para que encuentren nuestros tesoros.”
Obtuve el empleo con holgura debido a mi desempeño académico. Mi jefe, el señor Joaquín Monsalve, era abogado. Se rumoreaba que el cargo de Director lo había obtenido simplemente porque era el cuñado del Ministro de Defensa. Nunca había hecho nada importante desde que ingresó, hacía siete años atrás. El primer contacto con mi superior fue seco y tajante. De estatura media, más bajo que yo, llamaba la atención por un lunar blanco en la negrura de su cabellera. Su cara se escondía detrás de una barba, un par de anteojos gruesos y el aroma espeso de un habano. Camisa desabrochada, corbata desalineada. Al político se lo notaba nervioso y alterado. Se veía tocado en su orgullo personal. Las recientes denuncias, sacaban a la luz su pasividad en el ejercicio de sus funciones. Me impartió una orden que tendría que realizar en tiempo y forma:
— Santiago Celades, tiene un año a partir de la fecha para conseguir un galeón español hundido. Obviamente, con cargamento de oro y plata incluido.
— Señor, discúlpeme que lo contradiga, pero eso es imposible. Es muy poco tiempo. Aquí hay que empezar de cero con un profundo trabajo de investigación. Es muy arriesgado garantizar resultados en el lapso de un año.
La respuesta de mi jefe fue fulminante:
— Que tenga usted muy buen día.
Se levantó de su asiento, se dirigió hacia la puerta de la oficina y con un gesto me indicó la salida. Comprendí al instante que no tendría otro remedio que poner manos a la obra.

sábado, 23 de agosto de 2008

Sinopsis

Santiago Celades, jefe del Departamento de Arqueología Submarina del gobierno español, recibe una inesperada noticia que cambiará el curso de su actual investigación: La búsqueda del tesoro de un Galeón hundido.
Un sueño perturbador acontecido durante la noche de su primer día laboral, la reciente noticia y las sugerencias de su fiel amiga lo guiarán a un descubrimiento mucho más importante que el tesoro sumergido de cientos de Galeones.

viernes, 22 de agosto de 2008

Bitácora del último viaje

"Bitácora del último viaje" nace a principios de marzo del 2005 como un intento de ir más allá del hobbie por la lectura. Avanzar un paso más e intentar ingresar en el mundo de la escritura. Descubrí un mundo apasionante en donde tienes que investigar todo y de todo para completar tu historia y cerrar el círculo de tu obra literaria de principio a fin.
Todo un año llevó el proceso de escritura del libro, con vaivenes de euforia y dudas, alegrías y frustraciones, pero pudieron más las ganas y en marzo del 2006 el libro estaba terminado.
Avancé un paso y más y busqué contactarme con alguien que me editara el libro. En mayo de ese mismo año comencé ese proceso. Ingresé a otro mundo fascinante, como es el proceso de editar un libro. Se aprende muchísimo y te ayuda a superarte cada día más y así fue como tras casi otro año mas, en junio del 2007, veía un sueño hecho realidad.
Invito a todos a esta aventura y a que puedan crear su propia aventura y hacerla realidad.

Espero que se diviertan leyendo y les agrade la historia.

Literatura x dos

El juego consiste en la publicación del primer capítulo de mi libro "Bitácora del último viaje". La condición de la publicación del segundo capítulo consta simplemente en que el primer capítulo debe ser comentado por una persona como mínimo. Para la publicación del tercer capítulo bastará con que dos personas o más comenten el capítulo dos y así sucesivamente, siempre multiplicando por dos para que el próximo capítulo sea publicado.

Objetivo

¿De qué se trata?

Es muy simple. Creo fervientemente en la lectura como un proceso fundamental en la formación de toda persona. La idea de este blog es tratar de cumplir dos objetivos a la vez. El primero es hacer un pequeño aporte por incentivar la lectura y la escritura y el segundo, ver cumplido un sueño que años atrás creía imposible; publicar mi primer libro.