martes, 26 de agosto de 2008

Capítulo -1-

(Para la publicación del capítulo 2, se necesita un mínimo de 1 comentario sobre este capítulo)
El encantamiento que me producen las embarcaciones nace en mi infancia. Cuando yo tenía cinco años los domingos paseábamos con mi padre por el malecón. Nos sentábamos a orillas del puerto de Cádiz durante las primeras horas de la mañana y admirábamos el alistamiento de los barcos para su zarpada. Me fascinaba ver cómo esas enormes moles de acero enfilaban mar adentro hasta que las perdíamos de vista y sólo divisábamos un efímero punto en la línea del horizonte.
Mi padre me acompañaba en mi ensueño. Me leía muchos libros sobre la historia de España que traía de la librería de la que era propietario. Obsesionado por estos temas, él tenía una colección muy importante.
A medida que crecía, en igual ritmo aumentaba mi interés por la investigación.
Recuerdo claramente que mientras transitaba la adolescencia, me instalaba horas y horas en la librería junto a mi padre y me sumergía en libros sobre historia de la armada española, sus carabelas y galeones.
Con el tiempo me convertí en experto sobre la historia naval española. En el año 1990 ingresé a la Universidad de Cádiz. En esa época se había creado un centro de cómputos para informatizar la biblioteca y brindar un mejor servicio a los estudiantes y a la comunidad. Durante seis años trabajé y estudié en la universidad. Mi interés por la investigación me hizo resistir el agotamiento de jornadas que a veces parecían interminables. Finalmente obtuve los títulos de Licenciado en Ciencias Antropológicas y en Bibliotecología y Ciencia de la Información.
A principios del año 1996, me presenté a concurso para ocupar el puesto de Gerente del Departamento de Arqueología Submarina de la Dirección de Estadística y Censo Naval de la Armada Española, que depende del Ministerio de Defensa.
El cargo fue a raíz del revuelo generado por una nota publicada en un diario de Ibiza. El capitán Juan José García Salazar, presidente de la Asociación de Restitución Histórica de Galeones Españoles, en esa entrevista acusó a la administración pública de inoperancia en la recuperación del patrimonio sumergido en las profundidades.
En ese artículo, el capitán Juan José García Salazar, expresaba:
“... el censo de los hundimientos que la Asociación tiene contabilizado asciende a más de setecientos, desde el siglo XVI hasta el XVIII, con cargamentos de oro, plata, perlas y esmeralda que superan miles de millones de pesetas. Esto provocó la aparición de numerosos caza-tesoros, buceadores piratas que han malvendido los objetos encontrados. España debe tener un museo de Galeones con sus historias y pertenencias y realizar un verdadero trabajo arqueológico.”
El artículo del capitán se publicó al día siguiente de que España quedara conmocionada por la noticia procedente desde los Estados Unidos en la que el famoso cazador de tesoros, Jack Steeman, sacó doscientos setenta millones de libras en gemas y metales preciosos pertenecientes al Galeón Español “Nuestra Señora de Atocha” hundido en el año 1622 por un huracán. Para empeorar las cosas, luego de varios meses y de una larga batalla legal con el Estado de Florida, Jack Steeman retuvo la totalidad de su hallazgo.
El capitán concluyó su artículo con una misiva rotunda hacia el gobierno “... Existe demasiado por investigar y descubrir, pero es evidente que la labor de España en este tema es nula y que, además de no ocuparnos de nuestras propias aguas jurisdiccionales, brindamos irresponsablemente información a extranjeros para que encuentren nuestros tesoros.”
Obtuve el empleo con holgura debido a mi desempeño académico. Mi jefe, el señor Joaquín Monsalve, era abogado. Se rumoreaba que el cargo de Director lo había obtenido simplemente porque era el cuñado del Ministro de Defensa. Nunca había hecho nada importante desde que ingresó, hacía siete años atrás. El primer contacto con mi superior fue seco y tajante. De estatura media, más bajo que yo, llamaba la atención por un lunar blanco en la negrura de su cabellera. Su cara se escondía detrás de una barba, un par de anteojos gruesos y el aroma espeso de un habano. Camisa desabrochada, corbata desalineada. Al político se lo notaba nervioso y alterado. Se veía tocado en su orgullo personal. Las recientes denuncias, sacaban a la luz su pasividad en el ejercicio de sus funciones. Me impartió una orden que tendría que realizar en tiempo y forma:
— Santiago Celades, tiene un año a partir de la fecha para conseguir un galeón español hundido. Obviamente, con cargamento de oro y plata incluido.
— Señor, discúlpeme que lo contradiga, pero eso es imposible. Es muy poco tiempo. Aquí hay que empezar de cero con un profundo trabajo de investigación. Es muy arriesgado garantizar resultados en el lapso de un año.
La respuesta de mi jefe fue fulminante:
— Que tenga usted muy buen día.
Se levantó de su asiento, se dirigió hacia la puerta de la oficina y con un gesto me indicó la salida. Comprendí al instante que no tendría otro remedio que poner manos a la obra.

2 comentarios:

Violeta dijo...

¿Un año le dio a Santiago para encontrar un galeón con oro y plata? Parece que al jefe todo le resultaba sencillo. ¡Como si encontrar pecios fuera cosa de todos los días!

Anónimo dijo...

hsi los sueños los dejamos en el bolsillo, escondido y sin prisa por salir.Pasariamos toda un vida sin vida, por suerte a este ,eso no le paso! el destino quiso que por otro ,su anelo se concretara.