jueves, 28 de agosto de 2008

Capítulo -2-

(Para la publicación del capítulo 3, se necesita un mínimo de 2 comentarios sobre este capítulo)
En la recepción de nuestro lugar de trabajo se encontraba el elegante escritorio de la secretaria de Don Joaquín. Un angosto pasillo comunicaba la oficina de mi jefe con el recinto destinado para la investigación. Este salón de cinco metros de ancho por diez de largo, con paredes pintadas de color blanco y cientos de tubos fluorescentes, solamente contaba con una mesa. Divisar mi escritorio en aquel enorme ambiente me recordó a los barcos que se perdían en el horizonte cuando nos sentábamos en el malecón junto a mi padre para verlos zarpar. Esa imagen me produjo una sensación de bienestar, un buen presentimiento.
Miré mi reloj, eran las 21:35. Después de trece horas continuas de trabajo, junté mis cosas y me dirigí hacia mi apartamento. Al llegar, me desplomé sobre la cama y la sentí como arena movediza. Cualquier intento de resistencia a ese lento pero profundo hundimiento sería en vano. Me dejé perder en sus profundidades.
A las cuatro de la mañana me desperté sobresaltado. Tuve un sueño extraño que me dejó con una sensación parecida a cuando soñaba con mi madre. Ella murió cuando yo tenía cuatro años. Un cáncer se la llevó en ocho meses. También se llevó una parte de la vida de mi padre. Desde ese momento se refugió en la librería para buscar consuelo. Este sueño se repitió durante mi adolescencia.
Me encontraba a orillas de un puerto. Todo era soledad. El puerto, sin movimiento; la playa, sin turistas y la avenida costanera, desolada. Todo era soledad y silencio. Una brisa inundaba el paisaje. El sonido de las olas era una música apacible que envolvía mis sentidos. Cerraba los ojos para ser parte de aquel acontecimiento de la naturaleza. Alguien se sentaba a mi lado y me tomaba suavemente de la mano. Al instante reconocía su esencia, esa conexión invisible que produce un vínculo infinito de amor. Al abrir mis ojos para fundirme en un abrazo con mi madre, descubría con desesperación que todo era nuevamente soledad.
Esta vez el sueño no era el mismo. Ahora descendía lentamente en la profundidad de un océano. Sobre la superficie flotaban objetos que no lograba identificar. Divisé uno grande: era un cofre que me acompañaba en ese descenso. Sentí que algo me ligaba a él, una unión indescifrable. La necesidad de inhalar aire me provocó una desesperación angustiante. La oscuridad y el silencio eran absolutos. Mi corazón palpitaba en forma agitada y la presión del agua martillaba mis oídos hasta que no pude resistir más. Abrí la boca instintivamente en busca de un aire que nunca llegó.

Los primeros seis meses de trabajo fueron de un ritmo acelerado. Se produjo un notorio avance en estadísticas. Aquel salón quedó transformado en un bunker de investigación. Joaquín Monsalve no mezquinó gastos en mis peticiones; quizás porque creía que yo lo ayudaría en ese descubrimiento que le taparía la boca con montañas de oro y plata al capitán Juan José García Salazar. Los libros, volúmenes, tomos, fascículos y carpetas de trabajo para la investigación invadieron velozmente las bibliotecas y mesas.
Se agregaron dos escritorios más. Uno para mi amigo Juan Manuel Ruiz, Licenciado en Geografía e Historia, de la Universidad de Cádiz. Lo conocía desde mi época de asistente en el centro de cómputos de la institución. Con él compartía extensas charlas de café sobre historia antigua, tema que despertaba una profunda fascinación en ambos. Como lo suponía, no dudó en embarcarse en esta aventura cuando le propuse integrarse al equipo de trabajo.
El otro escritorio fue ocupado por Diego Grisal, buzo profesional, experto en fotografía submarina y conocedor del golfo de Cádiz como pocos.

Al inicio del segundo semestre de trabajo, contábamos con un valioso archivo estadístico. Mapas y cartas náuticas decoraban la única pared que no había sido invadida por los muebles y estanterías abarrotados de papeles. Las banderitas numeradas en las cartografías ubicaban los naufragios registrados por nuestra investigación y mediante un sistema informático se generó una base de datos con toda la documentación existente sobre cada caso. Se agregaron además, los barcos que habían sido asaltados por piratas y corsarios y las embarcaciones que cumplieron su ciclo de viajes por averías irreparables. Todas las evidencias fueron corroboradas con los datos históricos.
El interés del Director crecía a medida que pasaban los meses. Su plazo había quedado en el olvido. Propuso que se ocupara uno de los galpones en desuso para archivar en forma prolija y ordenada las pertenencias y objetos de las embarcaciones. Se iniciaba otro tipo de búsqueda: la operativa. La investigación se desarrollaría in situ. La participación de nuestro buzo, Diego Grisal, empezaba a ser crucial y determinante.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Alguien se sentaba a mi lado y me tomaba suavemente de la mano. Al instante reconocía su esencia, esa conexión invisible que produce un vínculo infinito de amor.

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Daniela dijo...

La historia esta apasionante, espero pronto poder leer el capitulo numero 3.
Adelante!!!